domingo, 25 de febrero de 2007

Darko


II

El Caballero de Oriente seguía con la mirada fija en mí, y estuvo así durante unos minutos más. Me preguntaba en qué pensaba, en qué reflexionaba mientras se acariciaba su máscara.
Finalmente se levantó y dirigió a la cómoda de donde cogió una cuerda que me mostró toscamente.
- ¿Es esto lo que quieres?- Me preguntó.
- Lo deseo si es su deseo, señor…- respondí, lo que pareció darle a Darko la confianza necesaria para ordenar que me levantara.
Así lo hice y me llevó hasta la cama, donde me ordenó amablemente que me tumbara. Entonces, con el opus 36 de Dustin O’Halloran sonando de fondo, comenzó a hacerme un rudimentario bondage fijándome al espaldar de la cama, como esclavo poseído por el maléfico espíritu del amo de Tierra Volcánicas.
Cuando comenzó su labor hiladora, adopté el papel rotundamente, emitiendo gemidos al sentir como las cuerdas se apretaban en mis muñecas y mirándolo directamente a él: cómo trabajaba, cómo trataba por todos los medios hacerme suyo…
Sentía revolverse en mi interior al león enjaulado, deseando liberarse. Sentía la necesidad de la entrega. Se trataba de lava ardiendo deseando salir por alguna fractura, y de pronto me di el inmenso placer de la esclavitud.
Caí en ese éxtasis que me retornó al momento en el que sonaba el timbre.
Desde el momento que lo oí sonar, supe que algo se avecinaba. Era la típica impresión supersticiosa de que algo no andaba bien. Se traducía en el encogimiento del estómago y un nerviosismo inusitado en mi cuerpo. Una señal de alarma.
Cuando Gor entró en la sala, supe que no me equivocaba:
- Mi Lord, tres hombres desean ser recibidos por su merced…
- ¿Se han identificado?- Pregunté sin levantar la vista del texto, ocultando el nerviosismo.
- Sí, pero desean presentarse ante usted…
Reflexioné la exigencia de los invitados, pero ya el hecho de que Gor no les hubiera advertido de las normas de la casa hacía que aumentara la sospecha y el nerviosismo.
Me levanté lentamente, ajusté el albornoz y acudí al hall.
Tres hombres: dos jóvenes y uno viejo. Uno de los jóvenes iba de servicio. Era guardia nacional. ¿Y los otros?
- Bienvenidos- me aventuré a decir, simulando naturalidad.
- ¿Es usted Lord Mayfair?
- Están ustedes en mi casa- no pude reprimir la disciplina pero con bastante diplomacia, es decir, con una sonrisa-, deben identificarse ustedes antes.
- Soy el agente Emilio Morales- dijo el viejo-. ¿Es usted Lord Mayfair?
- Así es, soy Lord Mayfair, ¿en qué puedo ayudarles?
Ignorando que no hubiera presentado a sus acompañantes, mi mente quedó concentrada en las facciones del joven que no iba de servicio. Aquellos ojos marrones me esclavizaron al instante.
Me fulminó con una mirada estricta pero dulce, ¡qué extraña mezcla para mis nobles sentidos! Y al captar su olor, en mi boca se dibujó una sonrisa de alegría.
- Investigamos a un hombre llamado Ricardo Guerra, ¿le conoce?
- El señor Guerra es asiduo cliente- respondí con discreción.
- ¿Qué clase de cliente?- Insistió el joven nacional, pero el otro joven no decía nada.
- Es un sádico compulsivo.
La naturalidad con la que respondí a la directa pregunta alertó a los tres hombres, pero Darko seguía con esa misma expresión. ¿Por qué tenía esa cara? ¿Por qué no me saludaba? Lo que sabía con certeza era que me había reconocido. La discreción, probablemente, le mordía la lengua.
- ¿Podría explicárnoslo mejor?
La curiosidad del agente Morales me obligó a invitarles a tomar a asiento; era descortés dar información detallada sobre alguien de pie en el hall.
Los llevé al salón privado, y Gor cerró la puerta tras nosotros. Yo me senté en mi silla de terciopelo rojo y ellos en el sofá granate junto a la chimenea, que crepitaba.
- Ricardo Guerra tiene una pulsión muy fuerte por infligir dolor- dije claramente-. Hemos intentado reducir su límite, pero es incontrolable…
- Pues ya está bajo control… Ha muerto- confesó el guardia nacional.
- Triste noticia la que me da… Aunque he de decirle que no me extraña que haya muerto…
- ¿Por qué lo dice?- Preguntó el agente Morales, y Darko seguía sin mediar palabra.
- No era una persona de trato fácil, a mí me trataba con sumo respeto pues soy el señor de la mansión, pero no era de conversación agradable.
- ¿Lo llamaría violento?- Me interrogó el nacional, lo que me hizo gracia, pues sabía que pensaba que sadomasoquismo era igual a violencia.
- No, no lo llamaría violeto, lo llamaría sádico.
- ¿Hay diferencia?- Inquirió de manera detestable.
- Sí, la hay- dije sonriente-. Podría enseñarle la diferencia…
Darko hizo un gesto, una leve sonrisa, como si hubiera esperado mi respuesta.
- Guardo un perfil de todos mis clientes, puedo dejarles el de Ricardo o cualquier otra persona relevante.
- Nos sería de mucha ayuda, gracias…
En ese momento me levanté a una librería y cogí un cuaderno negro de donde arranqué el perfil de Ricardo. Entonces tuve una idea que sería la que provocaría posteriores efectos. Me acerqué a la mesa y en una nota aparte escribí: ¿No piensas saludarme nunca más?
Regresé dónde estaban los invitados y tendí el perfil de Ricardo al agente Morales.
- Muchas gracias, Lord Mayfair, le avisaremos si necesitamos algo más.
- Un placer ayudarles agente- dije con una cortesía casi pícara-. Les acompaño a la entrada.
Como un perfecto anfitrión les acompañé a la puerta, dejándoles salir uno a uno, y cuando lo hizo Darko, le colé el papel en su mano discretamente.
Seguidamente cerré la puerta y con la curiosidad de si me llamaría volví a enfrascarme en el texto de Foucault.

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