domingo, 25 de febrero de 2007

Darko


III

Al día siguiente, sobre las ocho de la tarde, Gor volvió a interrumpirme en mis lecturas. El texto que leía: Tiresias de Marcel Jouhandeau. El motivo para interrumpirme: Darko se encontraba en el hall.
Le ordené a Gor que lo trajese a mi lado y que no molestara hasta que lo llamara.
Cuando Darko entró, una fragancia diferente llenó la estancia. Un olor que emitía curiosidad (el más poderoso de todos los poderes humanos) con unas gotas de nerviosismo, pero luego descubrí que ese nerviosismo era mío.
- Bienvenido.
Con la soberbia característica de los dominantes, Darko se sentó en el sofá junto a la chimenea y me miró sin decir nada.
- ¿Aún mantienes el voto de silencio?- Pregunté sonriente, sin dejar ver mi frenética actividad corporal.
- ¿Debo ceñirme a tus órdenes?- Preguntó un poco a la defensiva.
- Has respondido con otra pregunta- respondí poniendo seria mi expresión, para luego volver a la sonrisa y decir:-… Tú puedes tener algunas libertades…
- ¿Cómo cuáles?
- Hablar sin mi permiso, es una de ellas… Y podríamos continuar enumerando algunas de las pocas más… Pero me niego a hacerlo.
Volvió a su mutismo y se levantó. Comenzó a recorrer toda la sala, observando los cuadros y acariciando una de mis máscaras favoritas: una máscara veneciana que ocultaba toda la cara salvo los ojos, de un blanco puro e inusual en la mansión.
Se quedó absorto mirando una fotografía en la que yo practicaba un bondage a una sumisa que llevaba esa misma máscara. En la fotografía, revelada en blanco y negro, se me veía con una expresión que le llamó la atención. Tenía una expresión demasiado seria a cómo él me conoció.
Se trataba de eso, descubrí entonces; le fascinaba la persona de la que siempre le hablé pero nunca había visto realmente: me refiero a Lord Mayfair.
Miró el techo y la moqueta, miró las pequeñas esculturas que descasaban sobre la chimenea, y luego me miró con la luz del fuego reflejada en su cara. Su expresión seguía pareciendo inescrutable. Fría y absolutamente serena.
- Ricardo era amigo mío…- dijo finalmente y comencé a reflexionar lo que suponía esa confesión.
- Por eso no me saludaste ayer- sentencié y él asintió levemente-… Los agentes no sabían que me conocías…
- Es más que eso- comenzó a decir pero sin moverse del sitio donde se encontraba-. Quise venir porque sabía que te reencontraría, además de que quería ver cómo me recibirías…
- Sigues siendo muy curioso- bromeé aunque lo decía completamente en serio.
- Y tú eres tal y como hablamos hace años…
No pude reprimir una breve e insonora risa, y luego me levanté lentamente y señalándole con la mano que me siguiera, me disponía a mostrarle mis dominios.
- Como ves vivo en la mansión y desarrollo mi actividad vital entre gemidos de placer y el sonido del cuero chocando contra la piel- mis perversas palabras no parecieron perturbarlo lo más mínimo-. Esta parte está completamente reservada para mí, pero comencemos por la zona en cuestión…
Salimos fuera de la sala hacia el hall. De ahí continuamos caminando hacia el salón común. Con sofás rojos y sillas de terciopelo azul, estaba destinada a las conversaciones de los clientes, dónde se conocen y toman alguna cosa.
- Solamente servimos vino rosado, vodka, zumos y agua mineral- comencé a decir-. Está permitido fumar a todo el mundo, pero los desperfectos son pagados por todos los clientes a modo de impuesto extraordinario. Aquí vienen los clientes para conversar y conocerse antes de la sesión, baste decir que la exquisitez es una cualidad necesaria para ingresar en mis dominios.
- Elitista…- acusó con naturalidad Darko mirando las máscaras que colgaban.
- Las máscaras son todas regalos de los clientes- dije-. El día de mi cumpleaños todos deben regalarme una máscara veneciana exclusiva. Se organiza una breve recepción y se cierra la mansión.
- ¿Abres todos los días las veinticuatro horas?- Me preguntó Darko mientras pasábamos a la sala continua al salón, dónde nos encontramos con una gran sala con instrumentos de tortura y algunas sillas dispuestas en línea.
- Por supuesto que no- respondí con rotundidad-. Abrimos a partir de las dos de la tarde y cerramos a las cinco de la mañana. Además de cerrar los domingos… En esta sala se organizan sesiones de humillación pública, es decir, el dominante adiestra al sumiso delante de otras personas.
Parecía que nada de aquello lo perturbaba como las máscaras que formaban parte de mi colección. Mis palabras pasaban desapercibidas de la atención, que solamente se centraba en la decoración.
De pronto un grito sí lo alertó. Miró hacia el pasillo de frente, dónde comenzaba una hilera de tres mazmorras y al final una escalera a la segunda planta.
- Ahora mismo están en sesión tres parejas, ¿te apetecería ver alguna?
- ¿Puedo hacerlo?- Preguntó prestándome más atención que nunca.
- Sí, claro, pero a una pareja en concreto, a la que no le importa la exhibición…- Esperé a que nos encontráramos delante del pasillo para preguntarle desafiante-, ¿te atreves?
Sí que se atrevió. Observó detenidamente una sesión de humillación de un dominante a su sumisa. El Corsario y su mascota.
Evidentemente debía cumplir alguna regla, y una de ellas era que toda persona vainilla que caminara por las zonas comunes debía llevar una máscara. ¿Y cuál eligió? Mi favorita, la blanca de rostro completo.
Fue el momento en el que el león rugió como nunca lo oí rugir. Sentí como se revolvía en mi interior. La jaula estaba a punto de reventar, pero lo contuve cautivo por decoro y excitación.
Viendo la escena de bondage de El Corsario hacía a su sumisa, deseé sentirme atrapado y envuelto a la subordinación del que llevaba mi máscara impía.
Deseaba envolverme en el olor del Caballero de Oriente, saborear el arte de la entrega al tiempo que él era instruido por Lord Mayfair.
Deseé ser suyo, en cuerpo y mente.
Al finalizar la sesión y enseñarle el resto de instalaciones, regresamos a mi zona privada.
- Mi zona privada es menos interesante que la zona común- narré al mostrarle mi habitación.
Pero se quedó parado frente a la puerta de la biblioteca, entonces se giró hacia mí y sonrió con una picardía inusitada en su cara.
- Apuesto que hay una biblioteca tras estas puertas…
Mi sonrisa no tardó en dar acto de presencia y, adelantándome a más palabras, le mostré mi biblioteca.
Quedó prendado de las vistas de la ciudad y la flora del exterior de la mansión. Se estremeció y volvió la mirada hacia mí.
- Aquí es dónde escribo mis novelas…
- He leído algunas- me interrumpió y fue el momento en el que comenzó a hablar él-… Leí tu tesis doctoral y tu novela Posesión… Ambas me gustaron, me parecieron…
- ¿Curiosas?- Interrumpí siendo poseedor ahora yo de la sonrisa pícara.
Él cayó y comenzó a ojear los cuadros que colgaban, y de pronto me di cuenta que leía uno de los poemas que había escrito para él en mi página de Internet.

ODA A LA SUMISIÓN

¡Oh, Dama del Volcán, poderosa Esclava del Sentir, acude a mi Llamada!
Permite que éste, humilde esclavo de la Dominación, haga realidad su fantasía.
Favorece los vientos que erizan la piel,
Contamina mi mente de palabras que hagan nacer el arte de la entrega.
A ti, poderoso Caballero de Oriente, te ruego permiso para realizar este malvado hechizo vudú; un hechizo perverso y sensual que hará las delicias de mi León enjaulado.
Libera las cadenas que me oprimen y déjame libertad para trascender al Otro Lado.
Permíteme alzar el vuelo hacia ese lugar donde habitan la Obediencia y la Entrega.
Permíteme, oh poderoso Caballero, beber el elixir de la Esclavitud.
Permíteme ser, de una vez y para siempre, tuyo.

De manera casi inmediata, se giró y me miró con una expresión de incredulidad.
- ¿A quién va dirigido este poema? Ya que es indudable que es tuyo…
- ¿Te recuerda algo?
- Has respondido con otra pregunta…- Me dijo, y entonces sentí como el león volvía a rugir y agitarse en mi interior.
- Iba dirigido a ti…
- ¿Iba?
- Va- corregí al instante, de manera automática.
Su expresión se tornó pensativa. Reflexionaba sobre la declaración que le había hecho. Yo esperé pacientemente con las manos en los bolsillos, analizando su expresión corporal. Finalmente dijo:
- He de irme…
- Te acompaño a la puerta- respondí cortésmente y lo llevé al hall, dónde se despidió con un seco “adiós” y se perdió en la oscuridad del exterior.

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