martes, 18 de diciembre de 2007

Gusto por lo Cruel


(Este breve artículo forma parte de mi monográfico sobre Foucault para la asignatura Estética y que incluiré en la Tesis).

Vigilar y Castigar, publicada en francés por primera vez en 1975, es, a mi parecer, la obra más importante de Foucault.
Desde el comienzo, con el relato del suplicio de un condenado, la obra nos acerca al entramado que se esconde bajo las relaciones de poder, dónde la sociedad recurre al dolor para re-adiestrar a los “desviados” (tómense como delincuentes o como personas con una manera de vivir diferente a la sociedad circundante). Esto ocurre durante la Edad Media hasta comienzos del S. XIX, aunque irá paulatinamente modificándose hasta llegar a una nueva moral del Derecho a Castigar.
Es este Derecho a Castigar lo que oculta ese "gusto por lo cruel", es decir, el placer de la masa por ver cómo sufren los que ponen en peligro sus principios básicos (sean legisladores o meramente patriarcales). Aunque Foucault no usará nunca este concepto (y es más, no se percatará de este nuevo aspecto de la estética del castigo) es lo que, a mi parecer, envuelve cada rincón de esta fascinante obra arqueológica.
Vigilar y Castigar, bajo el subtitulo de Nacimiento de la Prisión, nos acerca a una historia del castigo y la tortura, en una genealogía del suplicio y cómo éste va desvaneciéndose hasta la instauración de la prisión. Pero todo este proceso institucional va acompañado de una nueva visión moral para con el delincuente: la desaparición de los suplicios es uno de estos nuevos axiomas morales.
Esta nueva visión sin suplicios tiene que ver, a mi parecer, con la estética de los suplicios mismos. El espectáculo grotesco del delincuente siendo aleccionado enervaba del mismo modo a la plebe; de este modo, con la influencia de cierta humanidad, comienza a ser mal visto presenciar estos actos.
La discreción en el arte de hacer sufrir, sin humillación pública, va imponiéndose hasta que ha desaparecido el cuerpo como blanco mayor de la represión penal. Pero eso no significa que el castigo no siga existiendo, sino que se convierte en un entramado institucional y privado. De este modo, el Derecho a Castigar pasará a ponerse en tela de juicio. El Estado, al comprometerse a castigar a los delincuentes en privado, pronto caerá en la cuenta de que es poco glorioso castigar, y el concepto de condena y castigo será redefinido.
El castigo será entendido como una privación de derechos y bienes, eliminando su antigua concepción de suplicio físico por medio de dolores aberrantes. Economía de Derechos Suspendidos, como dice el autor, en vez de la Economía del Castigo basada en una serie de torturas que aplicar al condenado como acción punitiva y humillante (o lo que es lo mismo, correctora). Este nuevo castigo se manifiesta efectivamente con la construcción de las prisiones (Instituciones creadas para albergar a todos los delincuentes privándoles de la libertad para que aprendan la lección) y la base de esta nueva visión del castigo es la humanidad que anteriormente he nombrado. Humanidad en la que el sufrimiento se aplica privando de libertades, no con dolores físicos.
Sin embargo, todo este proceso fue arduo y lento, existiendo un punto intermedio en el que el suplicio quedó reducido a una ejecución instantánea. Foucault cita, concretamente, el caso de la guillotina como ejemplo en el que el espectáculo de humillación y mutilación pública, queda reducido a un único instante en el que se da muerte.
Pero la creación de las prisiones no ha terminado por significar el fin del sufrimiento del condenado, pues es aún vigente el postulado contra el que se luchaba: es justo que un condenado padezca dolores físicos más que los otros hombres. Esto se mantiene hasta bien entrado el siglo XIX, aunque se exige menos crueldad y más humanidad (derivada del desarrollo de las Disciplina Sociales [o Ciencias Sociales, como prefieren muchos]).
Foucault se posiciona en contra de la pena capital por considerarla un espectáculo, y es aquí donde debemos centrarnos pues se esconde el gusto real por la crueldad con el otro, con el otro-condenado, con el otro-delincuente.
Aunque el nuevo sistema penal se asiente bajo nuevos principios en la concepción del dolor (ya no tan físico sino represivo), lo cierto es que se sigue aplicando una fuerza inquisidora en el cuerpo del condenado: limitándolo a trabajos forzados o racionalizando su comida, el condenado experimenta otro tipo de sufrimiento más profundo. El dolor corporal se queda en la superficie y tiene como expresión las marcas y señales de la tortura; pero el nuevo dolor que se le aplica está pensado para que lo castigue de una manera más psicológica, y con ello, más eficaz y dolorosa. Se ataca el pensamiento y la voluntad del condenado.
Sea del modo que sea, a través de suplicios físicos o privación de libertades, el autor nos pone de manifiesto una tesis rocambolesca que deja al ser humano como mera moneda de cambio dónde el Poder actúa: el cuerpo está poseído por el ámbito político, es decir, las relaciones de poder actúan sobre el cuerpo del individuo ya sea como sistema punitivo o como mero corregidor.
No es de extrañar que esta obra se relacione con la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer. El gen de dominio que emerge siempre en la sociedad occidental fruto de una mala salud en la relación naturaleza-ser humano, es semejante a la actuación que ejerce el Poder sobre nosotros. Poder como Dominio del Otro, y desde éste se monta el gusto por lo cruel del que hablo.
Sin embargo, todo este recorrido por el entramado punitivo adquiere un valor muy pobre cuando se llega a la conclusión de que, para Foucault, ni el ámbito de la Ética ni el de la Estética pueden erigir un discurso último y normativo, ni un sistema acabado, porque terminaría siendo un fraude. El motivo por el cual éste hecho sea una trampa es porque estos dos ámbitos se basan en la autoinvención y la autorregulación de la propia subjetividad. Por este motivo, mi tesis sobre la exquisitez del sufrimiento en el Poder es abstracta y algo difícil de ver, pues el autor no hace referencia alguna en la obra. Se trata de un perfume que se desprende de la lectura de esta obra bajo una cierta influencia de Sacher-Masoch (o Sade, que es más específico por el sadismo que deriva de su nombre).
Fernández Agis, en su artículo sobre el autor francés, expone que la obra de la hablamos en este apartado nos enseña que los castigos punitivos poseen un aspecto subjetivador, que tiene como fin último sujetarnos a las normas del sistema mediante relaciones de poder aplicadas directamente en nuestro cuerpo (ya sea física o psicológicamente), algo que, de alguna manera, apoya mi tesis ya que el Poder disfruta sometiendo y subyugando a los ciudadanos a su "modo de pensar y actuar".
Tras todo esto, el capítulo esencial sobre el gusto por lo cruel es el titulado La Resonancia del Suplicio. En él, Foucault delata ese exquisito arte de hacer sufrir y contemplar el sufrimiento. Además, citando a Jaucourt, se encuentra la clave: El suplicio "es un fenómeno inexplicable lo amplio de la imaginación de los hombres en cuestión de barbarie y crueldad" (Encyclopédie, artículo titulado "Supplice"; VC, pág. 39). Esta imaginación perversa es la que promueve el gusto del que hablamos en este apartado.
Además, esto nos remite nuevamente a la economía del sufrimiento, pues se dilata la hora de léxitus para ensalzar el suplicio haciéndolo más cruel y/o atractivo para los ojeadores. Pero existe una figura específica en este arte del sufrimiento; el Poder en sí no aplica el sufrimiento, obvio, por lo que se precisa un individuo capaz de actuar cuantitativamente en el cuerpo del condenado para goce público. Si para los romanos, los gladiadores eran el divertimento favorito, en la Edad Media, el dueño de la diversión era un hombre portentoso, cruel y encapuchado, el verdugo.
Este personaje es el que aplica aquello que el Poder no puede: el sufrimiento. Sin embargo, como dije previamente, actuaba cuantitavamente en el cuerpo del reo. Esto quiere decir que el número de latigazos, y las torturas correspondientes, estaban previamente especificadas según el grado del delito. Este individuo es el agente que aplica la violencia del Poder para corregir o modificar la violencia del paciente (aparece muchas veces esta similitud entre condenado y paciente).
Y existe, además, otro indicio esclarecedor que matiza la exquisitez de la crueldad y su gusto: Foucault nos cuenta que cuando el verdugo no cumplía bien con su cometido (dar "placer" al populacho ennegrecido por la crueldad) era merecedor de un castigo. Esto nos deja entrever, que el suplicio, más allá de ser un operador político, es también un tipo de divertimento perverso. Actúa para imponer la ley, y se manifiesta tanto en el condenado, como en el verdugo y el vulgo, pero también funciona como circo medieval al que acudir en calidad de voyeur para descargar las ansias de crueldad fruto de un sistema escandalosamente dominante.
En este mismo capítulo, como sacado de una obra de Sade, Foucault nuevamente nos remite a viejas torturas para mostrarnos el alcance que el Poder tiene sobre el cuerpo de los individuos que somete. Mediante todo un aparato ritual punitivo, el Poder actúa sobre el cuerpo del condenado marcándolo de por vida con el estigma de "infame". Sus marcas o la resonancia de su suplicio demostrarán el alcance que el Poder tiene y manifiesta sobre nosotros.
En relación a la tortura como medio de obtener confesiones, sus métodos eran mucho más estrictos y severos, y los resultados no eran siempre los deseados (siendo lo que se deseaba, la verdad del crimen). En Francia estuvo muy de moda la conocida silla de interrogatorios, en la cual se sentaba al paciente. Esta silla, repletas de pinchos metálicos y oxidados, se propagó rápidamente por Europa como método de conseguir la verdad. Sin embargo, muchos reos, ante la sola visión del grotesco artilugio, confesaban cualquier cosa que se les preguntara.
Esta enorme utilidad del dolor como método de acción política, con la enorme expectación de la que se valía el Poder para demostrar su fuerza, es el ejemplo claro del ese arte del sufrimiento, el gusto por lo cruel. Empero, lo fundamental en Foucault y en esta visión grotesca del gusto estético por el sufrimiento, es la construcción de un nuevo sistema que permite aniquilar la posibilidad de ser-otro de los individuos que forman la sociedad. Y será éste, el punto de partida que guiará la trilogía sobre la ecuación sexo/poder.

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