sábado, 15 de septiembre de 2007

El Desafío



(Dedicado, en secreto, a P.)

Verlo desnudo, atado a una pata de la mesa de café en el centro del salón, me excitaba tanto que me reprimía apartando la mirada a otro lado.
¿Qué podía hacer con él? Había ganado limpiamente y ahora no sabía cómo actuar. Tras meses fantaseando con aquel momento, cayó presa de mi poder cuando me desafió al rápido. Se trata de un juego de naipes en el que gana el que antes se descarte. Nos apostamos una hora de esclavitud ante el otro; él, confiado por haber ganado a nuestros otros amigos, no pensó que era mi juego preferido de cartas… ¡Qué ingenuo!
Gané gracias al dos de copas, y él perdió gracias al rey de oro.
Días después se presentó por sorpresa en mis dominios dispuesto a pagar su deuda, dejando asombrado ya que pensé que nunca tendría el privilegio de verlo rendido a mis pies.
Su mirada, inocente, me fascinaba y turbaba de tal manera que me bloqueé. Ante la sólida fragilidad que su cuerpo desnudo, majestuoso y varonil, mis instintos más sádicos afloraron, colapsándome el sistema nervioso y racional.
¡Qué espléndida mezcla entre la inocencia femenina y la masculinidad, entregadas por propia voluntad!
¿Lo azotaría hasta ver florecer el rojo en sus carnes? ¿O lo colgaría para jugar con frío y calor? ¿Lo torturaría? ¿O lo envolvería en satén? Las posibilidades se abrieron como un abanico.
Sería mío durante una hora, así que debería empezar a actuar, pues el tiempo corre y no espera a nadie.
Me acerqué y lo desencadené. Sin decirle nada (le había ordenado que no hablara) lo llevé hasta la biblioteca. Verlo tan manso, tan pasivo… Sumamente entregado, con ese sutil toque a resignación… ¿Cómo puedo torturar a alguien que se entregue con semejante mezcla? ¡Sería una auténtica crueldad!
Sin embargo, mi opinión cambió cuando lo vi con los brazos sujetos a la firme lámpara de araña. Su belleza apolínea era tan pura que desafiaba. La pureza desafiante que trata por todos los medios de ablandar los crueles corazones. ¡Me estaba desafiando! Me decía: ¿serías capaz?
Me percaté entonces de su increíble erección. Excitado por la sensación de sumisión, por ese miedo a lo desconocido, por miedo a lo que le fuera a hacer. Pero no había emitido ningún sonido desde que le ordené silencio.
En el centro de la biblioteca, rodeado de tantos libros que habían inspirado mis perversas fantasías, sujeto por las muñecas a la lámpara y con la mirada puesta en el suelo. ¡Qué derroche de ternura y sumisión! Se había entregado con más ahínco que cualquiera de los experimentados sumisos que había tenido bajo mi mando.
Me acerqué lentamente y me quedé frente a él, mirándolo embelezado y estupefacto. No emanaba poder ni arrogancia, solamente pureza y resignación.
Pero sí desafiaba, me desafiaba, me alentaba a la crueldad.
Di una vuelta hasta quedar tras él e, inclinándome hasta su nuca, olisqueé profundamente el olor que emanaba de su cuerpo. El olor a pureza desafiante, a resignada voluntad, y poco a poco comenzó a desprender la dulce fragancia del goce.
Me quité los guantes de látex, dejándolos caer al suelo, para rodear su cuerpo con mis brazos y posar mis manos sobre su pecho.
Oí como llenaba sus pulmones de aire y soltaba un fuerte suspiro de placer reprimido. Contenía el aliento mientras lo acariciaba, al igual que yo.
Sin ninguna prisa, comencé a deslizar mis manos por todo su torso, sintiendo como los pezones se erizaban a mi lento paso. El olor de su entrega me tenía cautivo, provocándome la erección más fuerte que podía recordar.
Me gustaba su olor, su tensión corporal, su actitud enteramente sumisa a mi placer y mi voluntad. Pero eso no podía decírselo, no debía conocer mis verdaderos pensamientos; solamente estaba en disposición de juzgar mis actos con su cuerpo…
Una gota de sudor comenzó a bajar por su espalda. No pude reprimir acercarme y lamer todo el recorrido que había echo desde su nuca, pero su sabor, ¡qué exquisito sabor a pulcritud!
Deslicé mis manos hasta su espalda, que comencé a tocar tratando de hacerme conciente de que era real lo que estaba viviendo. Su duro y bien formado trasero se ponía tenso al pasar mis manos entre sus nalgas.
Emitió breves sonidos, casi quejas casi gemidos, pero ninguna negación.
Sí, teníamos una palabra: Piedad, que parecía haber sido olvidada por su cuerpo, que disfrutaba (siempre supe que lo haría) bajo mi mando.
¡Era como un bombón de carne y hueso que esperaba ser devorado! Me arrodillé tras él y lamí su nalga izquierda antes de darle un fuerte mordisco que él recibió con un grito.
Lo giré sobre sí mismo dejando frente a mí su fuerte y gran miembro endurecido que rezumaba el potente olor a lujuria.
Alcé mi mirada hacia arriba y lo descubrí observándome atentamente, gozoso de ser mi esclavo y de encontrarse inmune ante mi gobierno. No me dijo nada verbalmente, pero su mirada me ordenó que lo hiciera gritar y gozar, que lo llevara a mi paraíso perverso dónde no existían límites para el placer (salvo la edad, claro estaba).
Dejé salir mi lengua y recorrí toda su ingle captando el poderoso elixir con sabor a virginidad vainilla y vergüenza, para luego ascender por su estómago y detenerme pasionalmente en sus pezones (el derecho con un piercing), que mordisqueé con deleite.
Pegué mi cuerpo al suyo y sentí su miembro vibrar en mi estómago, todo mientras degustaba el profundo aroma a placer que de sus poros manaba. Él dejó caer su cabeza hacia atrás y tragó saliva con dificultad pues sus jadeos habían secado su garganta.
Pude descubrir el goce de su piel siendo adorada por mi lengua. Pero para seguir aumentando el erotismo, necesitaba oírlo pronunciar alguna palabra de alentamiento.
- Tienes permiso para decir una sola frase durante los próximos treinta minutos…- le dije.
- Hazme gritar de placer, por favor…
Su absoluta abnegación me impactó de tal modo que no pude hacer otra cosa salvo darle un fustazo. Gritó y luego blasfemó, pero no opuso resistencia sino que me miró desafiante, con rencor.
Admiré su nueva actitud: vigorosa y llena de poder, hermoso en su situación de esclavitud. Su respiración se hizo audible a mis oídos y su sexualidad estaba siendo deconstruida para alcanzar el placer desde una óptica nueva.
Su juventud era lo que me hacía perseverar en mi papel de dominante: tan sólo cuatro años menor que yo y su entera devoción ponía en ebullición la sangre de mis venas.
Di varias vueltas contemplándolo en su esplendor, en ese privilegiado lujo llamado esclavitud sexual. ¡Qué sensualidad encadenada más vigorosa!
Nuevamente lo pegué a mi cuerpo. Mi albornoz de satén rozaba su piel mojada por el sudor. La piel de nuestros pechos se unió en un pasional abrazo mientras mordía el lóbulo de su oreja derecha. Él jadeaba excitado mientras yo desanudaba mi albornoz para que nuestros miembros se rozaran, calientes y húmedos, terminando por descubrir toda nuestra anatomía.
Sin poder contenerme más, devoré sus labios en un indecente beso con lengua, ganándonos el pecado mortal de la homosexualidad aunque él hubiera decidido compartir su vida con una mujer. Se me entregó como un hombre se entrega a otro hombre, pero su género desapareció ante su esclavitud (al igual que mi condición de hombre quedó nublada ante el arte de la doma).
Estiré mis manos hasta palpar su trasero, que froté y apreté ante de darle cuatro fustazos seguidos. Le ordené quietud y silencio durante el proceso, que él siguió obedientemente hasta que volví a besarlo.
Se abandonó a mis deseos, me entregó su poder y su cuerpo como buen perdedor. Se hizo mío, pero en aquel preciso instante me di cuenta de que sería muy difícil para mí dejarlo ir como si nada hubiera ocurrido…
Lamí su cuello y di pequeños mordiscos, pellizcaba sus pezones y acariciaba su terso trasero depilado. Su cuerpo me hacía estremecer, me llenaba de lujuria, y el contacto salvaje de nuestra piel hacía que nos prendiéramos en fuego.
Él jadeaba, deseando que terminara por devorarlo. Pero era, ante todo, mi propio placer, y deseaba introducirme dentro de él, con fuerza y salvajismo, haciéndolo gritar nuevamente.
Me coloqué tras él. Apoyé mi miembro entre sus nalgas, sin introducirlo, y comencé a frotarme.
Él lo notaba. Notaba cómo mi miembro se acercaba peligrosamente a su cueva de Sodoma y resoplaba con nerviosismo (o con ansiedad) por el inminente acto.
Estimulé su ano, introduciendo algunos dedos para relajar el músculo. Luego apliqué el delicioso lubricante de canela que siempre compraba para mis sesiones con chicos vainilla. Le susurré que se relajara si no quería un dolor penetrante y arrollador, pero me hizo caso omiso: cuando introduje, sin aviso ni cortesía, mi miembro en su interior, dejó escapar un fuerte grito que se ahogó con un jadeo posterior.
Entré y salí lentamente varias veces antes de descargarle todo el peso de mi voluptuosidad, con penetraciones fuertes y profundas. Se agitó y mordió el labio inferior.
Apretaba sus nalgas con el fin de evitar el dolor, pero lo único que producía era una enorme descarga de placer en mi cuerpo al sentir cómo mi miembro quedaba preso en su interior.
Gimió sin poder contenerse mientras le sujetaba de las caderas y lo movía hacia mí para penetrarlo más profundamente. Le hice gritar, gemir, jadear y gozar. Pero su clímax se vio recompensado cuando eyaculé en su interior, haciendo que sintiera ese torrente caliente dentro de su cuerpo, provocándole un gran escalofrío.
Tembló de pies a cabeza, lo noté en su piel.
Quedé exhausto, completamente vacío de lujuria y voluptuoso elixir. Pero no me fue problema otorgarle un regalo: poniéndome de rodillas, ante él, introduje su miembro enrojecido y caliente en mi boca, que froté y adoré hasta que eyaculó con un gran chorro blanquecino que cayó sobre mi pecho.
Después de semejante sesión, lo desaté y llevé al baño (no muy lejos de la biblioteca). Allí le ordené introducirse en la bañera, que llené con agua, gel y aceite de vainilla.
No dijo nada mientras frotaba su cuerpo humillado y denigrado, devolviéndole la misma pureza con la que había caído en mis manos. Al ordenarle que se pusiera de pie para lavarle el trasero y las piernas, me percaté de las marcas de los fustazos. Rojas y encendidas con el agua caliente, produjeron una nueva erección en mi miembro.
¡Qué cuerpo tan hermoso, y más aún marcado con la señal de la voluptuosidad!
Froté su cabeza poniéndola entre mis piernas. Lavé su cabello y él quedó profundamente encerrado en mi hechizo de dolor y ternura.
Varias veces acaricié su rostro, pensando que era imposible que hubiera ocurrido aquello. Aún no me creía que hubiera sido mío, finalmente, tras muchas fantasías durante un largo verano.
Quedaban diez minutos de su hora de esclavitud, así que me desnudé y me metí con él en la bañera. Me aseé en silencio siendo observado por él, que me miraba con ojos de incredulidad, como si fuera imposible que primero lo desgarrara y azotara y luego lo aseara con dulzura y entrega.
No volvimos a tocarnos hasta el abrazo de despedida.
- Un placer haber estado en sus dominios, mi Lord- me dijo con una sonrisa pícara y satisfecha.
- El placer ha sido mío, al verte rendido a mi voluntad…
Naturalmente, nadie nunca averiguó que aquella noche cumplió su pacto. Y yo deseé, ardiente y obsesivamente, volver a encontrarlo en otra partida de cartas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hummmm.. mi Lord, pude sentir tu excitación al adentarte en un templo virgen, al ser el primero en pisar y acariciar esas primeras nieves en la cima del mundo. Sonrío, sonrío al leerte.

Besándote siempre ;-)

Lady Amanda dijo...

Bombón de carne y hueso...me has puesto los pelos de punta.
Delicado, sí, intentando ser justo pero fuerte a la vez, cómo sólo un piscis sabe sentir.
Te escribo porque eres piscis, porque eres amado y amante, porque eres tú y porque yo también quiero a Circe, y todo lo que viene de sus manos es delicioso.
Un placer encontrarte.
Otra piscis.
Abrazos

Anónimo dijo...

Enhorabuena por este gran relato, que deseo muy sinceramente forme parte de tus muy gratas experiencias.
Me ha encantado lo bien que describes la escena, como te entretienes desgranando la situación, como estudias la anatomía de tu sumiso y sobre todo, lo que vas pensando a medida que trascurre esa inolvidable hora de tu cautivo.
Inaguantablemente erótico, apenas no hay violencia (la justa diria yo), pero con una gran carga de entrega, sumisión y dominancia.

¡Quién pudiese hechar contigo una partida de cartas!... Aunque una hora para disfrutar de un esclavo me parece poco tiempo...

Excelente. El placer ha sido nuestro leyendote, de verdad...

ivansergi5@hotmail.com

Lord Mayfair dijo...

Querida Circe:

Tus palabras siempre me llenan de voluptuosa motivación para continuar en esta disciplina tan dura como perversa. En los próximos días firmaremos el contrato... Extasiado estoy... Ja, ja.

Lady Amanda:

Sí, soy un Piscis. Un piscis ególatra y vanidoso con ascendencia en Virgo. Racional y emotivo, vengativo y honesto, amante y enemigo... Placer el mío al encontrarte. Un enorme beso y bienvenida a mis dominios.

Querido Anónimo (Iván):

Me enorgullece saber que te gustaría hechar una partida de Cartas conmigo... Si vives en el paraíso canario podríamos quedar... je, je. Te agregaré el messenger pronto y podremos mantener gratas conversaciones... Un saludo y bienvenido a mis dominios.

Anónimo dijo...

Cada dia se va haciendo mas viejo este blog. No puedo mentir.

Anónimo dijo...

P fué dios por una hora (si realmente se cumplió aquella fantástica historia y que ojalá fuese asi).
He leído algunos relatos sobre el tema pero tengo que decirte que ninguno como el tuyo. Lo he leído varias veces y no me canso, ¡Delicioso...!
He intentado abrir tu nuevo blog (el jardin del vizconde) y parece que no existe.... ¿Has tirado la toalla?, ¿Te cansastes de escribir...?, eso si sería una crueldad.
Mi enhorabuena otra vez y que afortunados serán los que caigan en tus manos para "sufrir" tu tan especial crueldad.

ivansergi5@hotmail.com